Platón, con su Demiurgo -versión de dios configurador del cosmos, la totalidad ordenada y sistemática de lo real- puso los cimientos de lo que debe o no debe ser en materia de leyes de la naturaleza. Su discípulo Aristóteles asumió esa tesis. San Agustín y Tomás de Aquino siguieron sosteniendo el planteamiento como buenos imitadores, pero donde aquellos colocaban un dios más conforme a la razón, estos últimos optaron por el Dios de los semitas y decidieron asumir la creación desde la Nada y la incomprensión de la razón divina por parte de seres tan racionalmente pequeños, respecto al Creador, como los humanos. Todo cuando existió, existe o existirá depende de su voluntad (la de Dios).
Las criaturas (sanas o no sanas) que se generan en los vientres humanos responden a esa voluntad. El ser humano que no acepte esta “verdad” o bien es ignorante o quiere desafiar la voluntad del Padre gracias a su voluntad y libre albedrío (la del hombre como especie), y la madre Iglesia debe impedir (y desde que se alió con el poder terrenal tiene bastantes instrumentos) semejante sacrilegio. Y lo hacen. Pero… quitad la base, el fundamento que les da sentido; quitad al Dios de los semitas… y a ver qué queda.
Salud.